La Navidad cada vez está más cerca, y si tienes pequeños en casa, ¿porqué no leerles cuentos que les hablen sobre esta maravillosa festividad y de paso enseñarles valores como la tolerancia, el respeto, la amistad?; algo es seguro, aquí te damos 10 de los mejores cuentos infantiles navideños que puedes encontrar para que tus hijos se entretengan leyendo (o escuchándote leer) estos geniales cuentos infantiles cortos llenos del espíritu navideño

¡Que los disfrutes!




10.  Cuento de Navidad 



Escrito por Chales Dickens en 1843, esta parábola ha sido adaptada incontables veces a filmes, versiones infantiles y en este caso cuento corto. Narra la historia del malvado Scrooge quien es visitado por tres espíritus de la Navidad.



Ebenezer Scrooge era un empresario y su único socio Marley había muerto. Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él viva en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchas. Tenía una rutina donde hacia lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parara a saludarlo.
Era víspera de Navidad, todo el mundo estaba ocupado comprando regalos y preparando la cena navideña. Scrooge estaba en su despacho como siempre con la puerta abierta viendo a su escribiente, que pasaba unas cartas en limpio, y de repente llegó su sobrino deseándole felices navidades, pero este no lo recibió de una buena manera sino al contrario, su sobrino le invito a pasar la noche de Navidad con ellos, pero él lo despreció diciendo que eso eran paparruchas. Su escribiente llamado Bob Cratchit seguía trabajando hasta tarde aunque era noche de Navidad, Scrooge le dijo un día después de Navidad tendría que llegar mas temprano de lo acostumbrado para reponer el día festivo.
Scrooge vivía en un edificio frío y lúgubre como él. Cuando ya restaba en su cuarto algo muy raro pasó: un fantasma se le apareció, no había duda de quien era ese espectro, no lo podía confundir, era su socio Jacobo Marley le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había tenido anteriormente. Le dijo que en las siguientes noches vendría 3 espíritus a visitarlo.
En la primera noche, el primer espíritu llegó, era el espíritu de las navidades pasadas, éste lo llevo al lugar donde él había crecido y le enseñó varios lugares y navidades pasadas, cuando él trabajaba en un una tienda de aprendiz; otra ocasión donde estaba en un cuarto muy sólo y triste y también le hace recordar a su hermana, a quien quería mucho.
A la segunda noche el esperaba al segundo espíritu. Hubo una luz muy grande que provenía del otro cuarto, Scrooge entro en él, las paredes eran verdes y había miles de platillos de comida y un gigante con una antorcha resplandeciente, era el espíritu de las navidades presentes. Ambos se transportaron al centro del pueblo donde se veía mucho movimiento: los locales abiertos y gente comprando cosas para la cena de Navidad. Después lo llevo a casa de Bob Cratchit y vio a su familia y lo felices que eran a pesar de que eran pobres y que su hijo, el pequeño Tim estaba enfermo. Finalmente lo lleva a la casa de su sobrino Fred donde vio como gozaban y disfrutaban todos de la noche de Navidad comiendo riendo y jugando. Después de esto regresó a su cuarto.
A la noche siguiente, esperaba al último espíritu, pero este era oscuro y nunca le llegó a ver la cara. Era el espíritu de las navidades futuras, quien le mostró en la calles que la gente hablaba que alguien se había muerto. Después lo llevó a un lugar donde estaban unas personas vendiendo las posesiones del señor que había muerto, y también le enseñó la casa de su empleado Bob donde pudo ver que su hijo menor había muerto y que todos estaban muy tristes. Por último, lo llevó a ver cadáver de este hombre que estaba en su cama tapado con una sabana, y al final, le descubrió quien era el señor que había muerto… Era él mismo, Ebenezer Scrooge.
Cuando el despertó se dio cuenta que todo había sido un sueño y que ese día era día de Navidad, se despertó con mucha alegría, le dijo a un muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo mas grande y que lo mandara a la casa de Bob Cratchit. Salió con sus mejores galas muy feliz porque podía cambiar y se dirigió a casa de su sobrino, al llegar lo saludó y le dijo que había ido a comer y estuvo con ellos pasándosela muy bien. Al día siguiente en la mañana le dio a su trabajador un aumento y desde entonces fue un buen hombre a quien todos querían. El hijo menor de Bob, el pequeño Tim, grita contento. ¡Y que Dios nos bendiga a todos!
FIN

9.  El Hombre de Jengibre

Cuento infantil de autor desconocido, publicado por primera vez en 1875, el mítico hombre de jengibre es un personaje que la mayoría conocemos y adoramos.


La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el hombre de jingebre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del horno. El hombre de jingebre saltó del horno, y salió corriendo, cantando
- ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre!
La vieja corrió, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. El hombre de jingebre se encontró con un pato que dijo
- ¡Cua, cua! ¡Hueles delicioso! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El pato lo persiguió balanceándose, pero el hombre de jingebre corrió más rápido. Cuando el hombre de jengibre corrió por las huertas doradas, se encontró con un cerdo que cortaba paja. El cerdo dijo
- ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cerdo lo persiguió brincando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido. En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba picando hojas. Cuando vio al hombre de jingebre, dijo
- ¡Bee, bee! ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cordero lo persiguió saltando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido. Más allá, el hombre de jengibre podía ver un río ondulante. Miró hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban persiguiéndole.
- ¡Paa! ¡Paa! exclamó la vieja.
- ¡Cua, cua! graznó el pato.
- ¡Oink! ¡Oink! gruñó el cerdo.
- ¡Bee! ¡bee! — baló el cordero
Pero el hombre de jengibre se rió y continuó hacia el río. Al lado del rio, vio a un zorro. Le dijo al zorro
- He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo huir de ti también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!
Pero el zorro astuto sonrió y dijo
- Espera, hombre de jengibre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a cruzar el río. ¡Échate encima de la cola!
El hombre de jengibre echó un vistazo hacia atrás y vio a la vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río. A mitad de camino, el zorro le pidió que se echara sobre su espalda para que no se mojara. Y así lo hizo. Después de unas brazadas más, el zorro dijo
- Hombre de jengibre, el agua es aun más profunda. ¡Échate encima de la cabeza!
- ¡Ja, Ja! Nunca me alcanzarán ahora rió el hombre de jengibre. 
- ¡Tienes la razón! chilló el zorro.
El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jengibre en el aire, y lo dejó caer en la boca. Con un crujido fuerte, el zorro comió al hombre de jengibre.
La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jengibre en su lugar.
FIN
8. El Cascanueces y el Rey de Los Ratones
Cuento escrito en 1816 por Ernst Theodor Amadeus Hoffman, que luego fue adaptado por Alejandro Dumas y después transformada en ballet por parte de Tchaikovsky.

El granjero Stahlbaum y su señora celebraban una fiesta de Navidad. Clara y su hermano, hijos de Stahlbaum, estaban muy contentos. Clara esperaba impaciente al mago Drosselmeyer, su tío favorito, un fabricante de juguetes que siempre llegaba con alguna novedad.
El mago llegó con su sobrino, Fritz, y una gran caja de sorpresas de la que fueron saliendo sucesivamente un soldado bailarín, una muñeca y un oso polar con su cría. Clara quería quedarse con la muñeca, pero su madre le explicó que es imposible.
La niña comenzó a llorar desconsoladamente y Drosselmeyer sintiendo la pena de la niña, la sorprendió con un regalo especial: un gran cascanueces de madera. Su hermano recibió el Rey de los Ratones. En una pelea entre hermanos, se rompe el Cascanueces, pero Drosselmeyer, lo arregla con una venda y lo deja casi perfecto.
Cuando la fiesta termina, los invitados se van y el pequeño Cascanueces se queda junto al árbol de Navidad. Antes de la medianoche, la niña baja para ver a su Cascanueces, pero al quedarse dormida comienza a soñar que todo cobra vida a su alrededor.
El Rey de los Ratones y su banda de roedores que aterrorizan a la niña. Apararecen los soldaditos de juguete comandados por él cascanueces para defender a Clara; Fritz los ayuda como capitán de artillería y la niña se siente protegida por estos nuevos amigos. Sin embargo comienzan a perder la batalla. Clara se arma de coraje y lanza una de sus zapatillas al Rey de los Ratones. Lo derriba, el Cascanueces lo mata y los ratones huyen.
Es entonces cuando el Cascanueces se transforma en un hermoso príncipe e invita a Clara y a Fritz a un viaje a través del bosque encantado. Al llegar al bosque, se encuentran con el rey y la reina de las nieves quienes bailan para ellos junto a los copos de nieve. La danza  se va convirtiendo en un torbellino y finalmente impulsa al trineo, con el príncipe, Clara y Fritz a bordo, hacia un lugar lleno de magia.
Clara, Fritz y el príncipe llegan al reino de los confites, donde los recibe un hada. Allí el hada pide al príncipe que narre sus aventuras como Cascanueces y tras esto, comienza una fiesta maravillosa que culmina en un baile entre el príncipe y el hada. Clara y Fritz vuelven de regreso a la realidad en su trineo.
FIN
7.  El Gigante Egoísta
Cuento de hadas clásico escrito por Oscar Wilde en 1888, publicado junto con otros cuentos en la colección "El Principe Feliz y Otros Cuentos".
Cada tarde, a la salida de la escuela, todos los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave.
Los pájaros se apoyaban en las ramas de los árboles y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar su canto. Los niños eran muy felices allí hasta que volvió el Gigante, que había ido a visitar a su amigo, el Ogro de Comish. Después de siete años en casa de su amigo, el Gigante consideraba que no tenían nada que decirse y decidió volver a su mansión.
Al llegar, el Gigante vio a todos los niños jugando en su jardín y, muy furioso, les dijo con voz retumbante:
- ¿Qué hacéis aquí?
Los niños escaparon corriendo en desbandada. Y continuó el Gigante:
- Este jardín es mío. Es mí jardín propio. Todo el mundo debe entender eso, y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Enseguida, puso un cartel que decía: "ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES" Era un Gigante egoísta y los niños se quedaron sin un lugar en el que jugar. Intentaron buscar otros lugares, pero ninguno les gustaba tanto como el jardín del Gigante. Cuando la primavera volvió, toda la ciudad se pobló de pájaros y flores.
Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta seguía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles no florecían. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra.
Los únicos que allí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha que, observando que la primavera se había olvidado de aquel jardín, estaban dispuestos a quedar allí todo el resto del año. La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco, y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el invierno. Y el Viento del Norte invitó a su amigo granizo, que también se unió a ellos.
Mientras tanto, el Gigante Egoísta, al asomarse a la ventana de su casa, vio que su jardín todavía estaba cubierto de gris y blanco, y pensó:
- No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí. Espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno. Los frutales decían:
- Es un gigante demasiado egoísta.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el viento del Norte, el Granizo, la Escarcha, y la Nieve bailoteaban lamentablemente entre los árboles. Una mañana, el Gigante estaba todavía en la cama cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventada, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo.
Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir, y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
- ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera - dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. Los niños habían entrado al jardín a través de una brecha del muro, y se habían trepado a los árboles, En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices que se habían cubierto de flores. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos. Era realmente un espectáculo muy bello.
Sólo era invierno en un rincón. Era el rincón más apartado del jardín, y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía. ¡Cómo he sido tan egoísta! – exclamó - Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a quitar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
El Gigante estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape, y en el jardín volvió a ser invierno otra vez. Sólo el niño pequeñín del rincón no escapó porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. El Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol.
Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Los otros niños, cuando vieron que el Gigante no era malo, volvieron corriendo. Con ellos la primavera regresó al jardín. Y les dijo el Gigante:
- De ahora en adelante, el jardín será vuestro.
Y tomando un hacha, echó abajo el muro. Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños. Estuvieron jugando allí todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
- Pero, ¿dónde está el más pequeño? - Preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
- No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
- Díganle que vuelva mañana - dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía, y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero no volvieron a ver el niño pequeñito. El Gigante lo echaba de menos. Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar. Pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo flores hermosas - se decía-, pero los niños son lo más hermoso de todo.
Una mañana de invierno, miró por la ventada mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata.Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante se acercó al niño y notó que él tenía heridas en las manos y en los pies. Preocupado, y a gritos, el Gigante le preguntó quién se había atrevido a hacerle daño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
- ¡No! Estas son las heridas del Amor.
- ¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? - preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
- Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso. Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir y estaba entero cubierto de flores blancas.
FIN
6.  La Niña de los Cerillos
Un cuento de hadas bello pero bastante triste, escrito por Hans Christian Andersen, una historia trágica clásica que nos enseña la compasión.


¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta... Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron!
Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad.
Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos. Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío.
En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero chelín; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla!
Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello. En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo.
Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas.
Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa.
Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana.
Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante.
Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo.
Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.
- Alguien se está muriendo- pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho-:
- Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad.
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. N
unca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo.
La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente.
Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
FIN
5. El Reno Rudolph
La primera aparición de el Reno Rudolph fue en 1939 en una publicación de Robert L. May, este cuento es una adaptación de la clásica historia del pobrecillo Rudolph. 

Érase una vez un reno llamado Rudolph que, por haber nacido con una curiosa y peculiar nariz roja, grande y brillante, caminaba solitario por el mundo. Los demás renos se burlaban de Rudolph todo el tiempo, con frases como ‘pareces un payaso’, ‘tienes una manzana en la nariz’… Rudolph se sentía muy avergonzado y cada día se alejaba más de la gente. Su familia sentía mucha pena por él.
Las bromas sobre la nariz de Rudolph eran tan molestas y constantes que Rudolph acabó apartándose de todos. Viva triste, encerrado en su casa, sumamente deprimido. Con el apoyo de sus padres, Rudolph decidió abandonar el pueblo adonde vivía y empezó a caminar sin rumbo durante días, meses, años...
Se acercaba la Navidad y Rudolph seguía solo por su camino. Pero una noche, en víspera navideña, en que las estrellas brillaban más que en otros días en el cielo, Papá Noel preparaba su trineo, como todos los años. Contaba y alineaba los 8 renos que tiran de su trineo para llevar regalos a todos los niños del mundo. Santa Claus ya tenía todo preparado cuando de repente una enorme y espesa niebla cubrió toda la tierra.
Desorientado y asustado, Papá Noel se preguntaba cómo lograrían volar el trineo si no conseguían ver nada. ¿Cómo encontrarían las chimeneas?, ¿Dónde dejarían los regalos? A lo lejos, Santa Claus vio una luz roja y brillante y empezó a seguirla con su trineo y renos. No conseguía saber de qué se trataba, pero a medida que se acercaban, llevaran una enorme sorpresa. ¡Era el reno Rudolph! Sorprendido y feliz, Papá Noel pidió a Rudolph que tirara él también de su trineo. El reno no podía creérselo. Lo aceptó enseguida y con su nariz iluminaba y guiaba a Santa por todas las casas con niños del mundo.
Y fue así como Papá Noel consiguió entregar todos los regalos en la noche de Navidad, gracias al esfuerzo y la colaboración del reno Rudolph. Sin su nariz roja, los niños estarían sin regalos hasta hoy. Rudolph se convirtió en el reno más querido y más admirado por todos. ¡Un verdadero héroe!
FIN
4. La Guitarra y la Cigarra
Un bonito cuento que cuenta la historia de una cigarra y una guitarra las cuales se hacen mejores amigas a través del canto de villancicos.
Había una vez un señor que tocaba la guitarra española con mucha soltura, y que por su arte y manejo de dicho instrumento, era reconocido como el mejor guitarrista del mundo entero. Se llamaba Pascual, y su preciada guitarra se llamaba Lauri.
Iban juntos a todo tipo de recitales, eventos y fiestas, para animar el ambiente y para disfrutar de los distintos tipos de música que Pascual y Lauri componían.
Lo mismo tocaban un pasodoble, que un tango o un villancico, así que siempre estaban de gira musical.
LLegaron las navidades, y la agenda de Pascual estaba repleta de nuevos eventos para dar a conocer la música que salía de su guitarra.
Lauri, la guitarra, enseguida se vistió de gala navideña, y ahí estaba dispuesta a tocar el acompañamiento de los villancicos. Estaba inmersa en su música, cuando de repente una cigarra aterrizó en una de las cuerdas de Lauri.
- “¿Quién eres?”, – preguntó Lauri un poco asustada.
- “Soy una cigarra, me llamo Cigar, y froto mis alas por las noche para crear música. ¿No me conocías?”, – dijo la cigarra.
Lauri con cara de sorpresa le contestó: - “Hasta ahora no, pero si creas música es porque te gusta, así que si quieres puedes ayudarme en estas fiestas navideñas que tanta música necesitan. ¿Quieres que trabajemos juntas?”.
La cigarra y la guitarra se hicieron muy amigas, y desde que componían juntas con ayuda de Pascual tantas piezas musicales, el éxito de los eventos donde participaban fue increíble.
En la última fiesta navideña que tenían programada, Pascual cayó enfermo y no pudo actuar. Fueron Lauri y Cigar las que con todo su valor, se animaron a dar vida a aquel villancico tan animado:
- “Campana sobre campana, y sobre campana una,
asómate a la ventana, verás al niño en la cuna,

Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan,

que buena me traéis”.


Al terminar, los aplausos de aquellos niños que estaban presenciando tal acontecimiento se oyeron por todo el colegio, y los niños con amplias sonrisas gritaban:
- “¡Queremos escuchar otro villancico, otro, otro, otro!”.
Así fue como las dos grandes amigas musicales se hicieron famosas por cantar villancicos en equipo, y siempre, los niños que las escuchaban aprendían los verdaderos valores de la Navidad, la generosidad y la alegría.
3. El Niño que Lo Quería Todo
Un curioso y ameno cuento que nos enseña a no ser egoístas, (perfecto para niños que piden pergaminos y pergaminos de peticiones a Santa Claus). 
Había una vez un niño que se llamaba Jorge, su madre María y el padre Juan. Cuando escribió la carta a los Reyes Magos se pidió más de veinte cosas. Entonces su madre le dijo: Pero tú comprendes que… mira te voy a decir que los Reyes Magos tienen camellos, no camiones, segundo, no te caben en tu habitación, y, tercero, mira otros niños… tú piensa en los otros niños, y no te enfades porque tienes que pedir menos.
El niño se enfadó y se fue a su habitación. Su padre le dijo a su madre María: ¡Ay!, se quiere pedir casi una tienda entera, y su habitación está llena de juguetes... María dijo que sí con la cabeza. El niño dijo con la voz baja: Es verdad lo que ha dicho mamá, debo de hacerles caso, soy muy malo.
Llegó la hora de ir al colegio y dijo la profesora: Vamos a ver, Jorge, dinos cuántas cosas te has pedido. Y dijo bajito: Veinticinco.
La profesora se calló y no dijo nada pero cuando terminó la clase todos se fueron y la señorita le dijo a Jorge que no tenía que pedir tanto. Entonces Jorge decidió cambiar la carta que había escrito y pedirse quince cosas, en lugar de 25.
Cuando se lo contó a sus padres, éstos pensaron que no estaba mal el cambio y le preguntaron que si el resto de regalos que había pedido los iba a compartir con sus amigos. Jorge dijo: No, porque son míos y no los quiero compartir.
Después de rectificar la carta a los Reyes de Oriente llegó el momento de ir a comprar el árbol de Navidad y el Belén. Pero cuando llegaron a la tienda, estaba agotada la decoración navideña.
Ante esto, Jorge vio una estrella desde la ventana del coche y rezó: Ya sé que no rezo mucho, perdón, pero quiero encontrar un Belén y un árbol de Navidad. De pronto se les paró el coche, se bajaron, y se les apareció un ángel que dijo a Jorge: Has sido muy bueno en quitar cosas de la lista así que os daré el Belén y el árbol.
Pasaron tres minutos y continuó el ángel: Miren en el maletero y veréis. Mientras el ángel se fue. Juan dijo: ¡Eh, muchas gracias! Pero, ¿qué pasa con el coche? Y dijo la madre: ¡Anda, si ya funciona! ¡Se ha encendido solo! Y el padre dio las gracias de nuevo.
Por fin llegó el día tan esperado, el Día de Reyes. Cuando Jorge se levantó y fue a ver los regalos que le habían traído, se llevó una gran sorpresa. Le habían traído las veinticinco cosas de la lista.
Enseguida despertó a sus padres y les dijo que quería repartir sus juguetes con los niños más pobres. Pasó una semana y el niño trajo a casa a muchos niños pobres.
La madre de Jorge hizo el chocolate y pasteles para todos. Todos fueron muy felices. Y colorín, colorado, este cuento acabado.
2.  Arbolito De Navidad
Cuento muy lindo escrito por Irene Ávalos, nos narra la historia de una familia pobre que recibe buenas noticias por sus buenas acciones. 

Érase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad, ellos no sabían como celebrarla sin dinero.
Entonces el padre de la familia empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero para pasar la noche de Navidad compartiendo un pavo al horno con su familia, disfrutando de la velada junto al fuego.
Decidió que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así, al día siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos pinos.
Subió a la montaña, cortó cinco pinos y los cargó en su carroza para venderlos en el mercado. Cuando sólo quedaban dos días para Navidad, todavía nadie le había comprado ninguno de los pinos.
Finalmente, decidió que puesta que nadie le iba a comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas más pobres que su familia. La gente se mostró muy agradecida ante el regalo.
La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un arbolito pequeño.
Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había dejado eso en su puerta.
Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que haber sido concedido por la buena obra que él había hecho regalando los abetos que cortó en la montaña.
FIN
1. La Rana Lucy y el Grillo Guillermo
Un cuento corto fluido, y lleno de mensaje que nos muestra el valor de la tolerancia, el ayudar al prójimo; un texto infantil muy agradable.
Caía la noche y un gran manto de nieve, cubría el parque. Un parque


tranquilo, donde el ruido dormía y sólo los murmullos de los animalitos

se escuchaban en la oscuridad.

Tras la ventana de una casita hecha de hojas vivía la rana Lucy, era una

ranita muy alegre, con grandes ojos y patitas cortas. Miraba embobada

como los copos bajaban lentamente como si estuvieran bailando una danza.

En el parque también vivían otros animalitos, pero eran muy orgullosos y 

presumidos, sólo el grillo Guillermo quería de verdad a la ranita.

Era un grillo negro, muy negro, pero muy educado y elegante, tenía un 

bonito sombrero que sólo se ponía en las grandes ocasiones.

Llego el día que todos esperaban, la fiesta de Navidad, la rana y el grillo,

tenían muchos deseos de ver todos los adornos de la gran ciudad y 

pensaban acercarse a ver un gran Belén viviente que iban a colocar en 

la Plaza Central. Les gustaba mucho cantar villancicos. A veces se ponían

un poquito tristes de estar tan solitos, pero enseguida recordaban dónde

jugaban los niños, y disfrutaban de verlos correr y reír.¡Todas las penas

se marchaban|.

Lucy y Guillermo se prepararon para ir a la ciudad. Lucy se puso su 

chaleco y su bufanda a cuadros y Guillermo su sombrero de copa.

Atravesaron el parque. Algunos animalitos se burlaron de ellos, diciendo:

¡Mirad que pintas llevan| ,¡ Se creen muy finos|.

Pero nuestros amigos no le dieron importancia y siguieron su camino.

Al poco tiempo oyeron un gemido, se preguntaron: ¿Qué es eso?.

Cada vez lo oían más cerca. De pronto, descubrieron un pobre saltamontes

que estaba aterido de frío. 

¡Pobrecito, qué te pasa?. Dijo Lucy.

Estaba saltando y se me echó la noche encima, me quedé tan helado que 

no podía moverme. Los animalitos me vieron pero ninguno me ayudó.

¡Ves Guillermo|. Dijo Lucy.

Todos son muy orgullosos, pero no tienen corazón.

La ranita y el grillo, le prestaron sus ropas y le abrigaron, mimándolo para 

que entrara en calor.

El saltamontes agradecido, les dijo:

Conozco un lugar donde puedes pasar las mejores navidades de vuestra 

vida, además hay un Belén tan bonito que no se os olvidará nunca.

Allí, fueron los tres. Era cierto lo que les contó el saltamontes. 

En una cunita de paja, había un niño tan bonito, y tenía una mirada tan 

dulce que a la ranita se le escapó una lágrima.

Un buey y una mula le guardaban y San José y la Virgen María le velaban.

Se acercó a él, despacito, dando dos saltitos y le susurró al oído: 

Yo sé, que eres Jesusito, que amas mucho a los niños, yo también. Tal vez

juntos podamos luchar para que siempre sean felices y no lloren.

¡No quiero que se odien| ¡creemos entre todos un mundo mejor|.

Sé que eres sólo un muñeco, y que los que me miran pensaran que soy 

una rana loquita, pero yo sé que me escuchas.

La ranita se dio la vuelta y de repente el grillo chilló:

¡Ranita, ranita , el niño te ha sonreído!

Era verdad, una gran sonrisa iluminaba la cara del niño Jesús.

Tal vez el niño no sonrió, pero lo importante es que en nuestro corazón

tengamos tanto deseo de amor como la ranita que nos haga creer hasta

en lo que no es real. 

Los amigos volvieron a casa, y esa fue la Navidad más feliz de su vida.